Turco: Bueno, está con nosotros José.
La semana pasada, para conocerte
mejor, estuvimos viendo parte de tus
presentaciones en las charlas TedEx.
Leímos uno de tus cuentos enteros.
Algunas partes de otros de los cuentos
de la revista “Peinate que viene gente”.
Nos estuvimos poniendo al día.
Lucio: Había un cuento que se llamaba “Como recibirse de boludo”.
José P.: Ah, el que me rompí los dientes.
Turco: Lo buscamos así al azar y salió
ese. Y bueno, le gustó mucho a los chicos y había preguntas para él, a partir
de ese cuento y de su trabajo, como
periodista y como escritor. Empecemos a preguntarle entonces.
José P.: Lo que quieran. Estoy dispuesto a contestar lo que sea.
Mauricio: ¿Vos sos un escritor o periodista?
José P.: Yo empecé como escritor y
ahora estoy como periodista. Pero
originalmente soy escritor.
Turco: ¿Y qué podés marcar como diferencia entre una cosa y la otra? Lo
más distintivo.
José P.: Cuando escribís periodismo
no podés escribir puteadas. Confirmado casi al cien por cien. Se te puede
ir por ahí un par de palabras medio
soeces, pero en realidad la idea es que
te mantengas dentro de un formato.
Entonces es distinto laburar como periodista que como escritor.
Turco: Bien. Y como escritor, ¿sos un
tipo que es proclive a la puteada?
José P.: Y claro, boludo, porque…
(risas). Yo no lo uso a eso como una
cuestión provocadora, sino más bien
como la idea de incorporar una forma de hablar que tenemos todos, en
realidad. Me gusta ponerlo por escrito como para que se note que es algo
más fresco, más coloquial, menos académico.
Turco: ¿Y eso ejercita la imaginación
para un escritor? Digo, ¿la niñez tiene
que ver con…?
José P.: Hay dos ideas. Yo he escuchado muchos escritores que dicen que
la niñez es como el terreno más fértil
para sacar ideas, historias. No sé si a
todos los escritores les pasa lo mismo.
Yo creo que, en mi caso particular,
sirvió de puntapié para muchas cosas,
para muchas ideas que después escribí
y demás. Y tenía que ver también con
la sensación de que tenés que representar todo lo que vos hacés en una
persona que no existe. Entonces me
resulta muy fácil el dialogar con una
persona que no existe. En definitiva,
lo que hacés cuando escribís.
José P.: Cuando escribís, ¿qué tipo
de escritura hacés? Por ejemplo, los
chicos preguntaban: ¿escribe poesía?
¿escribe novela? ¿Ha escrito letras de
canciones?
Gustavo: ¿Algún cuento conocido?
José P.: No, cuento conocido, no. Pero
una vez intenté escribir canciones…
que no las cantaría nadie, calculo yo,
porque están bastante fuleras las canciones. Escribí un par, como decías
en algún momento, cuando tuve esos
primeros amores de la adolescencia,
que solamente pueden terminar en la
muerte, ¿viste? Y novelas no porque
soy bastante distraído y me cuesta
bastante seguir el hilo de una historia
que es muy larga. Para escribir una
novela tenés que pensar en muchas
cosas, a lo largo de un tiempo muy
largo, y a mí eso no me sale.
Turco: Que no se agote nunca la pelotudez. Otra de las preguntas era si —
que la hacía Lucio—, si sos un escritor
bohemio.
José P.: Si entendemos por bohemio…
Mauricio: La publicidad.
José P.: La publicidad de la bohemia
es todo un tema. Si por escritor bohemio entendemos el tipo que sufre, que
va por la vida cabizbajo o pensando
ideas y cosas tristes que lo inspiren
a escribir, no todo el tiempo, no todos los días. Tengo mis momentos de
bohemia, pero no sé si eso te define
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como un escritor bohemio. A veces
puedo escribir desde ese lugar, y otras
veces desde otro lugar. Prefiero, por lo
general, escribir desde lugares donde
esté un poco más tranquilo, más contento.
Mauricio: Cuando vos escribís, ¿a
dónde vas a viajar?
José P.: Vos sabés que esa es una pregunta que yo me hago todo el tiempo.
Cuando empiezo a escribir siento que
empiezo a viajar. Entonces, la gente
que te dice, por ahí: «tenés que ir a
tal lado a conocer, porque es un lugar
que te va a inspirar y qué sé yo», yo en
mi casa, sentado, también viajo.

José P.: Sí, me pasó sobre todo cuando empecé a laburar en el diario. Me
pasó al principio que, fuera del diario,
me quedaba en blanco. Llegaba a mi
casa con ganas de escribir algo y estaba como formateado a cero, no tenía
nada. Y después me ha ocurrido, y me
suele ocurrir bastante seguido, que
tengo una idea para escribir, pero hasta que no sé cómo va a empezar esa
idea, cómo va a empezar ese cuento,
ese texto, no me puedo sentar. Que es
más o menos lo mismo.
Facundo: Claro. O sea, le das al principio como una importancia…
José P.: Y es como un puntapié. Es
donde empezás a desovillar. Viste,
cuando agarrás el hilito y empiezo por
acá. Y por ahí es más fácil.
Javier: Yo pensaba en los orígenes de
la «Peinate». Si podías contar algo de
eso. Quizá, incluso, de la elección del
formato, de cómo trabajabas eso, ya
que, en realidad, acá, los lunes, es un
taller de revista en el cual, en parte,
nos preguntamos por eso, por cómo
hacerla. Y pensaba en esos orígenes.
Bueno, me acordaba de eso que decías
de vos escribiendo eso que pensabas a
la noche.
José P.: Si yo tuviera que ponerle un
nombre a eso, para mí fue un gran
maestro esa revista. A mí me enseñó,
primero, lo más importante, que es
perder el miedo, que es una cosa con
la que yo peleaba bastante porque primero, yo decía, «¿qué derecho tengo
yo a escribir algo que después se publique?», o sea, «¿quién soy yo para
gastar una hoja en algo que se publique y se pueda repartir?». Empecé a
perderle el miedo a eso cuando empecé a entender que había cosas que
sí podía decir desde mí lugar. En eso,
yo creo que todos tenemos esa misma
necesidad de decir cosas desde nuestro lugar. La verdad de cada uno, lo
que cada uno piensa sobre algo, lo que
cada uno siente sobre algo. Y la posibilidad de encontrar un espacio para
hacerlo… hablamos de un momento
en el que empezaba a haber muchas
revistas de ese estilo. Hoy, por ahí, tenés más posibilidades porque tenés
Internet, donde podés escribir lo que
a vos se te ocurra, podés usar el Facebook.
Javier: Pero también había algo distinto en la Peinate. En dónde se encontraba, en dónde se dejaba.
José P.: Sí, había lógica respecto de eso,
a pesar de que era muy caprichosa.
Javier: ¿Y cómo lo organizaban a ese
sistema caprichoso? Digo, ¿cómo era
la impresión y la difusión?
José P.: Mirá, el camino era el siguiente. Yo laburé muchos años en una
Universidad, donde hacía la parte de
prensa y comunicación, y redactaba un diario. Entonces tenía muchos
contactos re imprenta en ese momento. Me resultaba fácil acercarme a esos
lugares y llevar esa revista, que era
muy barata porque era un pliego monocromático muy simple.
José P.: A mí me gusta escribir sobre
cosas de la vida que me pasan. Son
dos tipos de escritura distintas. Por lo
general, las cosas que me pasan en la
vida real, a veces parecen ser ficción
y a veces no lo son. Entonces, la idea
de que quede en el medio, de que no
se entienda bien si es ficción o no, me
gusta. En este caso, puntualmente,
sobre el relato «Recibirse de boludo»,
que versa sobre un accidente doméstico, que termina con la remoción de
varias piezas dentales, sobre todo en
la parte de delante de la boca… fue,
efectivamente, cierto. Ocurrió en el
año 2008 en una casa que alquilábamos con mi ex señora y donde teníamos nuestras hijas pequeñas. Esa casa
tenía un hogar. Un hogar es esa parte donde uno prende el fuego, pero a
leña. Entonces, en la parte de atrás, en
el patio, nosotros teníamos una serie
de listones de madera para avivar esa
llama y que el calor de ese hogar no se
perdiera. Y en un momento, en estos
días muy fríos, yo salgo al patio a buscar una madera, y la única que quedaba era una madera muy larga que
yo pongo contra la pared. Un extremo
de la madera en la pared y el otro en
el piso. Y emulando las acciones shaolines que podría haber tenido kung fu
en su mejor momento, salto a una altura más o menos de un metro, estiro
la pata y caigo con todo mi peso sobre
la madera.
Gustavo: Tipo Bruce Lee.
José P.: Exactamente. Pero se ve que
la madera no lo entendió, no entendió que venía por ese lado, y en lugar
de quebrarse quedó combada, ¿no?,
como si fuese una medialuna.
Gustavo: ¿Un arco?
José P.: Exactamente, un arco, sujeto
en una parte de una arruga en la pared, y…
Mauricio: Por ahí entra Papá Noel.
José P.: No (risas). Pero te voy a decir qué pasó, que fue peor que entrara
Papá Noel. Cuando yo observo este
fenómeno de la madera curvada, una
madera muy resistente, una madera
dura, que yo pensé, digamos, «qué
logro», entonces me acerco hacia la
madera, para observar a dónde había
quedado sujeta, y la toco con el pie,
y la madera sale despedida hacia arriba y me pega en la boca, justamente
donde tengo estos dos dientes de acá.
El golpe es un golpe muy fuerte, muy
ruidoso. Y yo, en ese momento de
aturdimiento no termino de entender
qué era lo que había ocurrido, pero lo
que sí sé es que era un dolor en toda
la cara, y cuando quiero cerrar la boca
me muerdo los dos dientes estos de
adelante. Me los muerdo casi en la
base. Y yo digo «acá hay algo que no
está bien». Entonces corro hasta el espejo y me miro en el espejo, para des
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cubrir que se me habían corrido todos
los dientes hacia atrás. Dos de ellos.
Ese diente sube y gana casi un centímetro hacia adentro de la cabeza y el
resto de los dientes se va para atrás.
Tuve que salir corriendo al dentista
porque la primera reacción que tuve
fue decirle a mi mujer «mirá lo que
me pasó». Mi mujer en ese momento estaba embarazada y ella empieza
a gritar. Cuando yo le muestro los
dientes empezó a gritar ella y empecé
a gritar yo también, e hicimos como
una escena de gritos. Era muy…
José P.: Dramatismo. Hay una cosa
que no toda la gente tiene en cuenta,
y es que la cara de una persona cambia mucho cuando se desacomodan
los dientes. Tuve que ir al dentista, y
en el dentista me aplicaron una práctica, que yo hasta ese momento desconocía, que es acomodar los dientes
con una pinza. O sea, te agarran los
dientes y te los vuelven a poner donde estaban. Y me pusieron del lado de
atrás de los dientes un alambre y estuve más o menos un mes comiendo
puré. Podía tragar solamente líquidos
y blandos.
Facundo: ¿Y qué pasó con esa madera?
José P.: Fue dignamente quemada.